outubro 17, 2010

Da gota d’água ao poema

O poeta e diplomata mexicano José Gorostiza não é conhecido no Brasil, a não ser por alguns estudiosos e pelos raros amantes da poesia latino-americana que conseguem ir além de certos nomes óbvios, como Borges ou Octavio Paz. A Edusp publicou, há alguns anos, uma edição bilíngue da sua escassa obra poética, com tradução de Horácio Costa, livro que recomendo não só pelo magnífico “Muerte sin fin”, mas também pelos brevíssimos poemas – fascinantes exemplos de síntese – que compõem a série “Dibujos sobre un puerto”.

Gorostiza também publicou alguns breves ensaios. Eles podem ser lidos na completíssima edição crítica da Colección Archivos, Poesía y Poética. Dentre seus textos em prosa, há o pequeno “Esquema para desarrollar un poema”. Partindo de um simples ruído, Gorostiza narra a viagem de sua mente em busca de signos, analogias. Ele não oferece, nos dois primeiros parágrafos, a receita sobre como fazer um poema, mas descreve o processo por meio do qual a primeira imagem – a da gota de água que cai, pausada, em seus ouvidos – se desdobra em outras, numa amplificação que sobrepõe camadas de significados, formando o crescendo cuja essência ele define como um “sortilégio de sensibilidade”.

No terceiro e último parágrafo, Gorostiza apresenta sua síntese. Não, ele não pretende ensinar a escrever um poema. Na verdade, esse trecho final é apenas o resumo do itinerário que o poeta propõe a si mesmo em seu processo de criação. Não se trata, portanto, de um exercício de escrita, ainda que possamos usá-lo como tal, mas principalmente de seguir, linha a linha, o poetar de Gorostiza. É com esse texto, cuja lógica poderia servir também a textos em prosa, que deixo vocês, caros leitores:

Esquema para desarrollar un poema

Insomnio tercero

“Cry! Sleep no more, Macbeth doth murder sleep.”
Shakespeare

Una gota de agua cae ahora, pausada, en mis oídos. Una, dos, tres, cuatro... La pienso. Mis ojos salen a oscuras de la alcoba, pasan por el corredor seguros de que todo está en su sitio: la mesa, el sillón de cuero, la caja de latón en que guarda mi madre los carretes de hilo, el reloj de pared, todo inundado en una media sombra que brota del tragaluz como del ojo de un gato, para que mi padre mire mejor la escena desde un retrato al carbón en que lo aprisionó, todavía en la juventud, el fotógrafo. Nada ha podido cambiar en una hora, nada. Lo sé. La imagen puede bajar la escalera sin tropezar con una silla, girar bruscamente a la izquierda, salvando un librero, y llegar al rincón, precisamente bajo la escalera. Aquí se construye. El filtró está ahí. Es un filtro grande que se compone de una piedra caliza en forma de pirámide con el vértice hacia abajo, sostenida por un armario de madera que tiene casi al nivel del piso una repisa en donde la tinaja sedienta recibe una a una las gotas de agua que deja caer la piedra. La tinaja de vientre profuso, de labio fresco que da más que el sereno frescura al agua. La serena. Este método de filtrar es el más natural. Está copiado de la naturaleza, y proporciona a domicilio la rara facilidad de beber un agua como de río subterráneo que ha atravesado un suelo estéril sediento, que incapaz de volver el agua hacia arriba en vegetación, la atesora en secreto y la da en corriente de incomparable limonada. Ahí se construyó pues la imagen. La gota de agua era aquella que se había agigantado en la noche, que había momentáneamente opacado los demás ruidos o sumándolos a ella, y se mantenía ahí a una distancia de sí misma que era imposible que ella y su ruido permanecieran ligados. Había un como desdoblamiento de la gota de agua y su ruido, una extralimitación del ruido que se presentaba demasiado lejos, que era ya un ruido solo, divorciado de su objeto, y capaz, ya no como un objeto de producir un ruido, sino como un ruido capaz de producir un objeto.

Pero hubo un momento en que el ruido de la gota de agua fue creciendo. No era un ruido, una pausa, un ruido igual. No. Por no sé qué sortilegio de sensibilidad, cada nuevo golpe de ruido era mayor como si sumara al anterior, y su imagen correspondiente la gota de agua, se sumaba también a su imagen, y en unos pocos minutos me encontré en el mar, en alta mar, predominando sobre la vibración toda del barco, el ruido igual de la ola que golpeaba sus costados, la imagen igual del mar inmenso, llano del que no sobresalía nada, tan llano que daba ganas de edificar sobre él algo que cortara, que hendiera el horizonte, una ciudad por ejemplo. Una ciudad como París, como Nueva York, como Londres. No una casa o un edificio aislados como una montaña, no una ola más alta que rompiera la línea del horizonte. No. Una tempestad o una ciudad, una serie tan grande de casas que, en número suficiente para hacerse fronda, hacen ya una ciudad.

1º entrar en situación de pasado – insomnio separado de la noche anterior – descubrir mejor la insistencia y claridad de la gota de agua – primer esfuerzo hacia la imagen – descripción exacta del corredor – 2º el filtro – cómo la gota creó la imagen de ese rincón de mi casa, ya completa – 3º el ruido y el objeto – 4º multiplicación del ruido, un camarote, el mar – el mar y el campo, la ciudad y el mar – 5º París [sic] palmera, isla para formar un país – y así como en el campo emerge la montaña, así en el mar la ola – así la ciudad en el valle – necesidad de límite.

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